Con un programa mínimo, un presupuesto ajustado y en un pequeño pueblo, se nos encarga la creación de un espacio para velar a los difuntos. El entorno inmediato, en el borde del núcleo urbano, no presenta referencias de interés. Únicamente las vistas lejanas muestran la belleza característica de esta tierra, una inmensa planicie de campos cultivados que se pierden en el horizonte. El velatorio se concibe como un objeto ensimismado, un hito que proporciona la intimidad que se precisa. Tras atravesar el recinto de acceso, se alcanza un pequeño espacio cubierto con una abertura rasgada que recorta el paisaje lejano, como última referencia al espacio exterior. Una vez se accede al interior, a través de un paso previo, la sala de dolientes se organiza en dos ambientes, una estancia para visitas y un espacio más recogido para velar al difunto. En esta sala las referencias con el exterior son difusas, se abren huecos a espacios inusuales; a un patio interior que, de forma alegórica, atrapa la vida con una fuente, elementos vegetales, luz... Otro hueco, pequeño, se abre al firmamento que iluminará la sala cenitalmente. El entorno, la tradición local y el uso para el que está concebido el edificio determina no sólo la concepción espacial. Los materiales escogidos acompañan a la atmósfera de crudeza y abandono de lo innecesario, y por ello se opta por unos acabados directos de ladrillo visto al exterior y al interior, losas de hormigón armado en techos o carpinterías de madera en puertas y ventanas.